Profesor cobarde, sistema cobarde

Música de hoy: Tuya | «Coup in my eyes»

Esta semana se ha celebrado el día mundial de la lucha contra el bullying.

No, no soy una community manager que llega tarde a publicar el famoso «día de» en el calendario.

El acoso es un tema que siempre me ha tocado el corazón (hablé de él en este otro post).

En la escuela digamos que mi apellido se prestaba a rima fácil; en el instituto hubo alguno que se metió con mi vello; en la carrera tuve momentos buenos y no tan buenos).

Creo que en el momento en el que una persona tiene la intención de hacer sentir mal a otra, bien quedando por encima, bien insultando o burlándose, inventándose algo sobre ella, dejándola en ridículo o pegando… -me da igual el contexto: sea personal, educativo o laboral-, hay que frenarlo. Y lo antes posible.

Pero para mí el más peligroso es el contexto educativo, porque:

1. Se trata de niños. Los niños están aprendiendo a desarrollar su personalidad, buscando su lugar en el mundo. A ciertas edades, aunque puedan detectar y sentir que se les hace algo que está mal, quizás no se sientan seguros sobre si la conducta es denunciable o no, o no distingan entre ‘chivarse’ y denunciar, etc.

2. No están en un contexto de confianza 100%. Están bajo el cuidado de sus profesores durante muchas horas al día (y recordamos que por bien que les caigan, los profesores no son sus padres y no existe la misma confianza – Imagínate ya si encima el profesor no es santo de su devoción o el niño tiene especial dificultad en airear problemas o simplemente en expresarse-).

3. Adquieren una especie de indefensión aprendida. La falta de «justicia» en ocasiones iniciales los vuelve escépticos con respecto a la ayuda que pueden pedir en el futuro. Y los niños aprenden tanto de las consecuencias que se ejercen sobre unos hechos X, como de la ausencia de ellas.

Por lo que la situación de vulnerabilidad es clara.

-¡Pero bueno, Laura, si hoy en día no hay colegio que no tenga un protocolo anti-acoso!

– ¿Protocolo? ¡BASURA!

¿De verdad en algún momento a alguna cabeza pensante se le ocurrió que tener un protocolo en cada colegio iba a ser la panacea? Les falta concreción; es todo etéreo, susceptible a interpretación… No sirven ni en una emergencia diarreica.

En realidad es un paraguas para no mojarse: poco específico, deslavado, sin implicación real y que no define situaciones. Por favor, aquellos que se enorgullezcan de tener uno atado y bien atado en su colegio que me lo manden, que lo quiero ver. Vamos, que no hay por dónde cogerlo.

Hoy un compañero de mi hija escribía su nombre junto a un insulto en la pizarra.

Hoy mi hija le decía a una compañera que amablemente se prestaba a borrarlo por ella que no, que lo dejara para que lo viera el profesor.

Hoy tres profesores pasaban por el aula y pasaban «por encima» ignorándolo, no hablando de ello.

¿Casualidad?

Si me preguntas a mí, sospecho que más bien han sido las ganas de no implicarse (o falta de ganas de implicarse).

Y así nos luce el pelo.

Luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando no hay remedio, cuando el daño está hecho de por vida.

Si todos los profesores fueran conscientes de lo absolutamente fundamental que es su papel en la construcción de la autoestima de un ser humano, creo que no se lo tomarían tan a la ligera.

(O quizás sí, quién sabe. Igual es que yo soy una utópica sin remedio).

También creo que los estudios de magisterio deberían estar más orientados a este tipo de cosas: a erradicar actitudes o comportamientos impropios, más que a saber hacer murales bonitos y tocar la flauta dulce, con todo mi respeto por la creatividad y los instrumentos de viento.

Pero con el sistema que padecemos y que no veo que vaya a mejor, esto es una utopía.

Señores varios del desgobierno, de uno u otro lado: imagínense lo que supondría en un país como España, ser PROACTIVOS por una puñetera vez en la vida (pedirlo también en salud sería la supermegautopía)

Pero… ¿Y si sí?

¿Y si soñamos?

  1. Profesores bien formados (formación continua incluida), bien remunerados, a los que se les exija calidad, que en la práctica sean la segunda referencia de confianza para los niños (después de los padres)
  2. Colegios como lugares en los que la armonía no es artificial e impuesta, no atiende al «escaparatismo» de los KPIs, del número de matriculaciones o de la imagen de puertas hacia afuera. Colegios donde se atajen los problemas de frente, con valentía. Porque en todos los colegios hay problemas. Lee bien: en todos. Y el que te diga que en el suyo no, es que no se entera (o no se quiere enterar). Colegios donde no se castigan las personas, sino los comportamientos. Donde hay unas reglas claras, en la pared desde el primer día, que tienen unas consecuencias. Donde los padres de los acosadores no dan miedo al equipo colegial porque la ley realmente protege a las víctimas.
  3. Niños que no se tienen que cambiar de colegio cruzando los dedos y cambiando su vida por completo porque los acosadores son los que hacen las maletas y se largan.
  4. Aulas, patios, comedores, baños, pabellones… en las que los compañeros denuncian a la primera de cambio porque saben que ellos también son responsables, porque saben que deben cuidarse unos a otros, que son una estructura y que si uno de ellos cae, la estructura se derrumba.

Puede parecer utópico. Pero no me parece tan difícil.

El cambio empieza en uno mismo. En ti como profesor.

Empieza a mover la rueda y descubre qué pasa.

Implica al resto de alumnos. Da charlas, pon películas, pide que lean libros, hazles pensar, cuestionarse en clase. Observa, analiza, empatiza.

Si prestas atención puedes cambiar la vida de muchas personas.

Puede que descubras que de eso va lo de trascender.

¿O me vas a decir que tú no eres profe porque un profe una vez te cambió la vida a ti?

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